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EL RINCÓN BARDO
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Bogotá,Colombia 30/MARZO/2016: Hola mis amigos buena tarde, quisiera compartir con todos ustedes, una versión digital de una Antología Poética en la que participo con un poema, el cual dedico a todos ustedes mis apreciados lectores, porque ha sido un esfuerzo grandisimo publicar este año. Gracias a el colectivo artistico INNOMBRABLE, y sus enorme pujanza se ha gestado otro intento póético, y gracias además por dejarme participar en esta versión. Si quieres que te haga llegar por medio de correo eléctronico una copia de esta versión escibenos a: poesiatera@gmail.com. GRACIAS POR ESTA AHÍ, JUNTOS TODO ES POSIBLE.
DESCARGA LA LA CUARTA VERSIÓN: http://www.4shared.com/office/-5JrPn4f/Revista_Innombrable__3_-_Los_D.html?
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lunes, 10 de enero de 2011
CARLD AUGUST SANDBURG
Poeta, historiador y novelista norteamericano nacido en Gallesburg, Illinois, en 1878.
Hijo de inmigrantes suecos, se vio obligado a suspender estudios de octavo grado para trabajar durante diez años en oficios tales como lechero, agricultor y lustrabotas. Prestó servicio militar en Puerto Rico, regresó a su pueblo natal, sirvió como bombero y reinició estudios en el College Lombard.
Ingresó al Club de poetas pobres y empezó a publicar poesía con los títulos "Imprevistos" en 1907 y el "Lamento de una Rosa" en 1908. A partir de 1910 se estableció en Chicago, trabajó como reportero y publicó en 1815 los "Poemas de Chicago" que lo llevaron a la fama internacional.
Es considerado como el maestro del verso libre y como brillante historiador, gracias a su estudio sobre Lincoln publicado bajo los títulos "Los años de la pradera" y "Los años de la guerra".
Obtuvo el Premio Pulitzer en 1940 y la Medalla de Oro de la Academia de Arte y Letras de Estados Unidos.
Falleció en Carolina del Norte en julio de 1967.
PRIMER LINCHAMIENTO
Hubo dos Cristos en el Gólgota:
uno bebió vinagre, otro miraba.
Uno estaba en la cruz, el otro en la muchedumbre.
Uno tenía los clavos en sus manos, el otro, agarrando
un martillo, clavaba clavos.
Había muchos más Cristos en el Gólgota, muchos más
compañeros ladrones, muchos, muchos en la multitud
aullaban el equivalente judeo de: "¡Matadlo! ¡Matadlo!"
El Cristo que ellos mataron, el Cristo que no mataron,
ambos estaban en el Gólgota.
¡Piedad, piedad por estos tobillos rotos!
¡Piedad, piedad por estas muñecas dislocadas!
Los brazos de la madre son fuertes hasta el final.
Ella le sostiene y cuenta los borbotones de sangre de su corazón.
En él había el olor de los barrios bajos,
iniquidades de los barrios bajos encendían sus ojos.
Canciones de los barrios bajos se trenzaban en su voz.
Los enemigos de los barrios bajos odiaban su corazón de
barrio bajo.
Las hojas de un árbol de la montaña,
hojas con una girante estrella temblando en ellas,
rocas con una canción de agua, agua, encima de ellas,
halcones con un ojo fijo en la muerte, siempre, siempre,
el olor y el poder de esto estaban en sus mangas, en las
ventanas de su nariz, en sus palabras.
El hombre de los barrios bajos fue muerto, el hombre de
la montaña vive.
LA GITANA
Pedí a una gitana amiga
que imitara a una vieja imagen
y hablara con la sabiduría de antaño.
Bajó el mentón contra el pecho,
convirtió cabeza y cuello
en la cúspide de un obelisco del Nilo
y dijo:
Arráncate la mordaza de la boca, hijo,
y sé libre de guardar silencio.
Nada digas a nadie, pues nadie escucha,
pero ten prestos los labios para hablar.
LISTO PARA MATAR
Diez minutos llevo mirándolo.
Por aquí he pasado antes muchas veces y me ha extrañado.
He aquí un monumento en bronce, recuerdo de un famoso
general
a caballo, con la bandera y la espada y revólver en mano.
Cuánto me gustaría hacer añicos todo ese catafalco,
reducirlo a un montón de escombros, que se lo
lleven a la chatarrería.
Te lo diré con toda claridad:
luego de que el granjero, el minero, el tendero, el obrero,
el bombero y el camionero
hayan sido recordados en sus monumentos de bronce,
dándoles la forma del trabajo de conseguirnos a todos,
algo que comer, algo que vestir,
cuando apilen unas cuantas siluetas
recortadas contra el cielo
aquí en el parque,
y rememoren a los auténticos forzudos que hacen el trabajo
del mundo, que dan de comer a la gente en vez de
aniquilarla,
entonces, a lo mejor sí que me plantaré aquí
a contemplar con tranquilidad a este general del ejército
que enarbola su bandera al viento
y cabalga como un demonio en su montura,
listo para matar a todo el que se le ponga por delante,
listo para que corra la sangre roja por la hierba nueva y
tierna de la pradera, y que la empapen las entrañas
de los hombres.
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